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Una indígena de 73 años de edad, es encontrada moribunda con huellas inequívocas de haber sido violada tumultuariamente por vía anal y vaginal. Antes de morir dice que sus agresores fueron soldados del ejército. El dictamen médico pericial es avalado al principio por todos: autoridades estatales, municipales, militares y hasta por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que deciden ir tras los responsables. Pero, inexplicablemente, todo se transforma de la noche a la mañana: ni fueron militares ni fue violación, sino una gastritis mal atendida.
Él es un líder guerrillero recluido en una cárcel de las llamadas de Alta Seguridad. Sometido a un sistemático y bien calculado régimen de tortura mental; roto su sistema nervioso, es transformado de un hombre sano y lúcido en algo enfermizo, obsesivo y esquizofrénico. Una muestra de cómo una persona puede ser reducida a un guiñapo, a nada, en una prisión de este tipo.
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